lunes, 8 de octubre de 2007

Historia de un árbol


Si mi abuelo creía firmemente en algo, era en la reencarnación. Aún más, estaba convencido de que en su vida anterior fue un árbol. Pero no cualquier árbol, no, sino el Magnolio que están ustedes viendo aquí.

Y es que mi abuelo siempre se sintió identificado con los árboles, por eso de que echan raíces. Al igual que este ejemplar del parque de Bilbao, él se sentía muy estrechamente unido a su tierra y, además, era capaz de quedarse quieto durante horas contemplando cómo el mundo giraba a su alrededor.

Cuando cumplí seis años, me llevó por primera vez a admirar el Magnolio que un día fue él (el modo en que pasó de árbol a persona es algo que nunca le dio tiempo a explicarme). Me subía a la primera rama y me contaba siempre la misma historia:


Cariño –empezaba- hoy estás de suerte. Porque vas a escuchar una historia que muy pocas personas conocen.
La mayor parte de la gente cree que la ciudad en la que hoy vivimos surgió en Las Siete Calles, pero están equivocados. Esta ciudad nació alrededor del árbol en el que estás subida. Y si lo sé, es porque yo lo presencié. Porque ese árbol, querida mía, fui yo (cuando decía esto siempre bajaba la voz y me miraba con un aire de complicidad).


Un caluroso día, muchos años atrás, una familia de fugitivos se acercó a mí para refugiarse del sol. Como siendo un árbol uno no tiene muchas cosas con las que entretenerse, me dediqué a escuchar su conversación. Y me enteré de que aquellos infelices estaban condenados a muerte, ya que eran tan pobres que no podían pagar el tributo que su señor exigía. Este hombre, que era malo malísimo, les pidió a cambio a su hija pequeña, cosa que evidentemente no podían aceptar, por lo que se dieron a la fuga.




El destino quiso que llegasen hasta mí. Gran suerte, ya que el lugar en el que estamos se encontraba fuera del límite del reino del malvado señor. Así que se instalaron aquí y se convirtieron en los primeros habitantes de Bilbao.





Algunas personas tachaban a mi abuelo de lunático por contar este tipo de cosas, lo que le irritaba enormemente. Sin embargo, yo creía cada una de sus palabras.

Hace algunos años, cuando empezó a notar que su muerte se acercaba, me llamó y me dijo que quería pedirme algo muy importante. Yo por mi abuelo cualquier cosa, así que acudí de inmediato. Nunca olvidaré sus palabras de aquel día:

Hija mía, sé que el momento de mi muerte se acerca (esto no me afectó demasiado, ya que, al igual que mi abuelo, creo en la reencarnación) y quiero que hagas algo por mí. Quiero que entierres mis cenizas bajo EL ÁRBOL. No quiero correr el riesgo de reencarnarme en un gusano, por ejemplo. Así que hazme el favor. ¿Lo harás? Yo contesté que sí y nunca volvimos a hablar del tema.

El día en que murió hice lo que me había pedido y coloqué una plaquita al pie del árbol en la que ponía: Manuel Mitxelena – Magnolio.

En realidad, nunca he sabido si mi abuelo era realmente un lunático o no. Sin embargo, de lo que no hay ninguna duda es
de que tenía una imaginación desbordante.



1 comentario:

Juan Canada dijo...

Un trabajo excelente!

Adelante!

Juan Cañada